David Wilkerson
Mi esposa, Gwen, tenía 34 años de edad la primera vez que le encontraron cáncer. Estábamos devastados cuando recibimos la noticia. Nos habíamos trasladado recién con nuestra familia a Nueva York para iniciar un ministerio a las pandillas callejeras. Ahora, mientras caminaba por las calles predicando a los miembros de las pandillas y adictos, tenía que luchar contra las lágrimas de angustia y temor. Pero el Señor continuamente me aseguraba, “Yo soy fiel, David. No te abandonaré a ti ni a tus seres queridos.” Dios caminó conmigo a través de esta penosa experiencia de cáncer, y con cada una que le ha seguido.
Sin embargo, el Señor no desea que experimentemos la victoria una sola vez. Su meta no es que salgamos de una crisis diciendo: “Gracias, Dios, que pude mantener mi fe a través de esto.” Si, pudiste haberlo lograrlo a través de esa experiencia, pero, de la misma manera como le ocurrió al victorioso Israel en el Mar Rojo, eventualmente otra prueba vendrá, y esta puede ser una prueba totalmente diferente.
Vivir en el descanso de Dios es un estilo de vida. Él desea que seamos sostenidos por su paz y confianza en todas nuestras pruebas, sabiendo que nuestro sumo sacerdote se compadece de nuestras debilidades.
No entendamos mal: No estoy hablando acerca de lograr cierto estado de éxtasis. Muchos maestros de la Nueva Era sostienen que la única manera de soportar las crisis futuras, es endurecer tu corazón ahora y neutralizar todo tu amor. En breves palabras, si simplemente dejas de preocuparte por la gente, no sufrirás dolor. De esta forma, creas un escudo contra las calamidades de la vida.
Sin embargo, Dios nunca es glorificado cuando sus siervos se vuelven insensibles. Esto no es para nada el significado de Su descanso. Es acerca de aprender a confiar en que Él es fiel en sus promesas para nosotros en todas las cosas.
Soy padre de cuatro y abuelo de once, y puedo decir honestamente, que nunca ha habido un momento en el que pueda hacerme a un lado y observar a uno de mis hijos o nietos sufriendo, sin querer involucrarme en su sufrimiento. En tales tiempos, he hecho todo lo que ha estado en mi poder para sanarlos y librarlos. Te pregunto, ¿Cuánto más nos ama nuestro Padre celestial, que camina con nosotros en nuestras pruebas, y ansia sanar nuestras heridas?
“Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?” (Mateo 7:11)