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sábado, 18 de junio de 2011

como vaso fragil desde los ojos de un varon(testimonio)

Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como vaso más frágil, y como coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo” 1a. Pedro 3:7
Amados todos:
Nací en 1950, en el seno de una familia de la clase media argentina... Vale decir, en una época en la que aún se rendía tributo a la cortesía y a la formalidad. Desde niño me enseñaron que debía ser amable, considerado y caballeroso con las mujeres... Traducción: cederles el asiento en los buses; darles la prioridad en el paso; apartar y arrimar la silla cuando se sientan a la mesa; abrirles la puerta del auto; cederles el lado de la edificación cuando vais por la calle...etc.etc.etc...
Normas de urbanidad. Necesarias; pero no suficientes para configurar respeto...
Era muy joven cuando llegó a mis manos este poema/oración de Vinicius de Moraes, excelente poeta brasileño:
“...Ten piedad, Señor, de todas las mujeres.
Porque nadie más que ellas merece tanto amor y amistad.
Porque nadie más que ellas desea poesía y sinceridad.
Porque nadie más que ellas precisa tanto alegría y serenidad...”
Cuando me convertí en un hombre hecho y derecho, leí una preciosa novela corta, el “Diario de Adán y Eva” de Mark Twain, uno de mis escritores norteamericanos favoritos, junto a Walt Whitman y Ray Brandbury... 
En esta obra, Mark Twain pone en boca de Adán la siguiente descripción de Eva:
“...Si le fuera posible quedarse quieta y permanecer tranquila por lo menos dos minutos, creo que su rostro me produciría un efecto de agradable serenidad...
Estoy seguro, porque pude darme cuenta de que es una criatura deliciosa, por pequeña, por esbelta, por frágil, por redondeada, por delicada, por graciosa...
Recuerdo un día en que la vi, sobre una piedra lisa y brillante que usaba como plataforma. Blanca como el mármol, bañada por un rayo de sol, echaba hacia atrás su joven rostro y se hacía sombra sobre los ojos con la mano, para seguir el vuelo de un pájaro en el cielo...
Ese día descubrí la belleza femenina... Al principio la encontraba demasiado habladora; ahora, me sentiría desamparado si no pudiera escuchar su voz..”
Romanticismo. Deseable. Imprescindible, diría yo... Pero que de menor rango que la dignidad...
Pasó el tiempo... y conocí a una familia cristiana que oró por mi Salvación durante diez años... pero, ya sea porque yo era (o soy) demasiado duro de corazón... o porque tan solo el Señor conoce los tiempos y las sazones... recién pasado ese lapso caí como fruta madura en su brazos amorosos...
Y fue a partir de este punto que su Palabra comenzó a darle verdadero sentido a todo aquello que había “aprendido”... entre ellas mi actitud hacia las mujeres...
Y por fin llegué a 1a. Pedro 3:7, donde el inefable apóstol nos advierte, a nosotros, los hombres, la forma en que Dios dispone que tratemos a nuestras compañeras...
Tan solo se trata de un versículo, pero lleno de prácticas recomendaciones a los maridos acerca de la convivencia... y que a continuación trataremos de analizar...
El “igualmente” con que comienza el versículo nos indica que ambos integrantes de la pareja tienen obligaciones para con su compañero/a... aunque ello no implica que el carácter de las obligaciones sea idéntico para uno y otra...
Hombre y Mujer deben comportarse, respecto de la pareja, como un “equipo”... y el éxito del matrimonio depende de que cada uno cumpla con su función... y que lo haga conforme a lo que Dios prescribe en cada caso...
Y estas obligaciones son distintas porque distinta es la idiosincrasia, naturaleza, características... de hombre y mujer...
Sinceramente pienso que uno de los males de nuestro tiempo es el querer equiparar a toda costa al hombre y la mujer, al punto que vemos con preocupación como en nuestra sociedad actual muchos hombres se han “feminizado” y muchas mujeres se han “masculinizado”... no estoy hablando de preferencias sexuales... sino más bien de roles sociales,  laborales, familiares,  que cada vez se confunden más y más...  Y en esta confusión ambos han perdido: Hombre y Mujer...
Tan solo hacer las cosas a la manera de Dios garantiza el éxito... Así hemos sido diseñados...
Pedro nos insta a vivir, a cohabitar, con nuestras esposas “sabiamente”, el vocablo griego utilizado en la Biblia es “katá gnosim” que significa: según conocimiento... lo que implica no sólo el considerar el particular carácter de la mujer... sino el pedir “sabiduría de lo alto”... es decir, el tipo de conocimiento y discernimiento que tan solo el Señor nos puede dar... En otras palabras... no podemos pretender relacionarnos con nuestra compañera tan solo desde nuestra humana sabiduría, sin la luz que El aporte a nuestro entendimiento...
También nos habla de “dar honor a la mujer”...
Esto implica “honrar” a nuestra esposa... es decir, tratar con respeto, reconocerles “dignidad”... ya que, al igual que nosotros son “coherederas de la gracia de la vida”... Y si Dios las trata en un pie de igualdad respecto del supremo galardón de la vida eterna... ¿Cabe alguna duda acerca de que ello se traslada al resto de las relaciones en el marco del matrimonio?
El apóstol nos indica que el trato que debemos dispensar a las mujeres es similar al de un “vaso frágil”... En este caso hace alusión a la menor fortaleza física de la mujer... y lo delicado de su temperamento... En modo alguno se refiere a cuestiones de tipo espiritual, y aún emocional... ya que frecuentemente observamos hogares en que la mujer es el sostén espiritual de la familia... y su eje emocional... donde la mujer es la que ora... y es amparo y consuelo de todos... incluso del marido... Sin contar la mayor longevidad y probada resistencia femenina a enfermedades y todo tipo de padecimientos... Como dice el psicólogo y pastor Bernardo Stamateas: “... Autoridad
en la familia es el que tiene más revelación, más luz, claridad.
Ese, es el que toma las riendas en un hogar...” Sea hombre o mujer...
Lo que Pedro nos quiere decir es que debemos tratar a la mujer conforme su delicada personalidad... de la misma forma en que tratamos a un frágil vaso de valioso cristal... Como algo muy querido y preciado... Primorosamente... Algo así como lo que Salomón declara a la Sulamita en el Cantar de los Cantares 4:10/11
“... ¡Cuán hermosos son tus amores, hermana mía, esposa mía!
¡Cuán mejores que el vino tus amores, y el olor de tus ungüentos que todas las especies aromáticas!
Como panal de miel destilan tus labios, oh esposa;
Miel y leche hay debajo de tu legua; y el olor de tus vestidos como el olor del Líbano...”
La frase con que cierra el versículo que estamos analizando es de fundamental importancia. Nos advierte que debemos obrar así “para que nuestras oraciones no tengan estorbo”... Pedro visualiza a los esposos orando juntos... Y si ambos están en armonía, sus oraciones se elevarán al Padre sin ningún tipo de obstáculo ni distorsión, porque ambos están orando unánimes... con el mismo ánimo... en el mismo espíritu...
¡Fantástico! Excelente pedagogo... No sólo nos explica qué hacer, sino cómo hacerlo y las ventajas de hacerlo de esa forma...

Así fue, mis amados, que aprendí que “tratar bien” no es equivalente de “honrar” a la esposa... También aprendí que el trato correcto a nuestras mujeres es “a la forma de Dios”... La que Pedro nos enseña... la que Pablo nos describe magistralmente en Efesios 5:28/29 “Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus propios cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama. Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, como también Cristo a la iglesia”
Esto es cuando quería compartiros...
Un fraternal saludo.
El Señor haga brillar su rostro sobre vuestras vidas.
Mario

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