David Wilkerson
En el Antiguo Testamento, la gente no podía acercarse al altar con un cordero que estaba manchado, o que era ciego o cojo. Tenían que traer lo mas escogido para el Señor.
¿Qué clase de tiempo entregas ante el Señor en la oración? ¿Es tu mejor tiempo, tu tiempo en el que estás completamente concentrado? O, más bien, ¿Vienes a Dios por la mañana para orar por las cosas santas con tu mente llena de lo que hay que hacer ese día? ¿O vienes a Él cansado y agotado después de un día muy ocupado, y llegas a Su presencia casi arrastrando?
Amado, tu mente y tu corazón deben estar donde están tus labios! Isaías habló de la clase de “holocaustos y…sacrificios…aceptos sobre mi altar; porque mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos.”(Isaías 56:7) Aquellos que traen sacrificios aceptables son aquellos que “sigan a Jehová para servirle, y que amen el nombre de Jehová” (versículo 6).
Este sacrificio hecho aceptable en el altar de Dios no es un sacrificio cojo, desganado y soñoliento, una ofrenda obligatoria de último minuto. Más bien, se trata de un corazón que es consumido con el amor por Jesús, uno que constantemente grita: “Dios, yo vengo a Ti hoy para conocerte. ¡Quiero más de Ti!”
El Señor dice de aquellos que traen tales sacrificios: “Yo los llevaré a mi santo monte, y los recrearé en mi casa de oración” (versículo 7). Él oirá nuestras oraciones y nos llevará a un lugar de santidad, gozo y poder!
“Bienaventurados los que guardan sus testimonios, y con todo el corazón le buscan”(Salmo 119:2).
Una vez que has establecido un hábito de oración y has dejado afuera todas las distracciones, Dios desea que lo busques con todo tu corazón: “Mas si desde allí buscares a Jehová tu Dios, lo hallarás, si lo buscares de todo tu corazón y de toda tu alma.” (Deuteronomio 4:29).
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