Algunas personas rechazan el mensaje de salvación porque se sienten ofendidas por lo que dice la Biblia sobre la ira de Dios. Incluso hay creyentes que tienen problemas para reconciliar el amor del Señor con su justicia. ¿Cómo puede Él ser, al mismo tiempo, perfectamente misericordioso y perfectamente justo? En un intento por conciliar este dilema, a menudo tratamos de suavizar el mensaje de juicio, y subrayar más bien el amor de Dios. Pero el amor y la justicia no son términos contradictorios. En realidad, no se puede tener uno sin el otro.
El amor de Dios trae bien a nuestra vida. Pero si no hay justicia, el pecado se vuelve incontrolable, y causa dolor y sufrimiento. Nadie piensa que un juez es amoroso cuando se niega a castigar a un criminal. Dejarlo libre no es saludable para el culpable ni para la comunidad. De la misma manera, nuestro Padre celestial no puede permitir que el pecado quede sin castigo.
Pero esto presenta un dilema aun mayor para la humanidad. Todos somos culpables delante del Dios santo. Es por eso que Cristo vino a la Tierra. Él llevó sobre sí la ira divina por todos nuestros pecados, para que el Padre pudiera ser justo y al mismo tiempo perdonador. Su justicia fue satisfecha por el mayor acto de amor: la muerte de Cristo en la cruz. Así que, quienes aceptan por fe la oferta de salvación del Señor, nunca experimentarán el castigo eterno.
Aunque en el cielo todos los creyentes compareceremos ante el tribunal de Cristo, no habrá razón para temer. Nuestro juicio tendrá el propósito de determinar las recompensas, no de recibir castigo. Por gratitud, debemos prepararnos ahora para ese momento, viviendo para el Señor cada día.
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