El corazón de un creyente afectado por la Gloria de Cristo, es como una aguja tocada por un imán. Él no puede permanecer más quieto o satisfecho a distancia, aunque sus movimientos sean débiles y trémulos. Él está continuamente siendo inclinado a él, mas no llegará a su descanso en este mundo. Con todo, allá en el cielo, con Cristo siempre delante de nosotros, podremos mirarle firmemente a él en toda su Gloria. Esta visión constante traerá refrigerio eterno y alegría a nuestras almas.
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