En cada generación existe un remanente que corre hacia Jesús con pasión y gratitud. Yo creo que el leproso samaritano corrió de regreso a Jesús porque no estaba atado a formas o ritos (ver Lucas 17:11-19). Él no tenía que “desprenderse” de nada. Como vemos, los otros nueve habían sido criados de manera ortodoxa, sus mentes habían sido enseñadas desde su niñez en los rituales y las ceremonias, y seguían aun atados por su tradición. Pero cuando el samaritano vio todo el sistema religioso, exclamó: “¡De ninguna manera!”.
Él fue testigo de la falsedad de los líderes religiosos y de los domingueros. Él vio a los fariseos robando a las viudas y llevándose sus casas. Vio sacerdotes sobornando y siendo sobornados. Él vio los templos llenos de
cambistas, que cambiaban la casa de Dios en una cueva de ladrones. Vio escribas dando leyes para otros, que ellos mismos ni intentaban cumplir.
Él vio todos los exteriores blanqueados, las falsas caretas, la doble vida y se dijo a sí mismo: “Esto es un ciego guiando a otro ciego y no es para mí. Yo quiero aquello que es real”.
Mientras él iba al pueblo con los otros nueve, de vuelta al sacerdote, a la iglesia, a la sociedad y a la buena vida, se detuvo y pensó: “¡Un momento! Yo recuerdo cómo era cuando lo tenía todo, dinero, prestigio y seguridad. ¡Yo era un miserable! Todos los que se llamaban “mis amigos” me rechazaron al primer síntoma de una posible lepra. Estaba vacío, atado a hábitos pecaminosos, lleno de odio y de amargura. Vivía un infierno, ¿por qué volvería a eso?”.
De pronto, algo en su corazón comenzó a arder: “Mírenme, estoy limpio. Jesús me sanó. La iglesia puede esperar; mi familia, mi carrera pueden esperar. ¡Me voy con Jesús! ¡Quiero llegar a conocer a Aquél que me
sanó!” Él llegó a la misma conclusión que llega todo pueblo remanente: “No hay nada allá afuera que yo quiera. ¡Todo es vanidad! ¡Iré a Jesús y Él será mi realidad!
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