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domingo, 26 de agosto de 2012

El hombre: Hecho por Dios y para Dios

Charles Stanley




















Nuestra cultura valora mucho la apariencia externa. Como resultado, muchos de nosotros pensamos negativamente de nuestros cuerpos. Nos comparamos con los demás y concluimos que no estamos a la altura del ideal de la sociedad. Esta comparación puede hundirnos emocionalmente. Pero el Señor ve las cosas diferente.
Primero, Dios nos hizo —varón y hembra— a su imagen, y luego llamó “bueno” a lo que había creado (Gn 1.31). Él formó las entrañas de cada uno de nosotros en el vientre (Sal 139.13); nadie es exactamente igual a otro. Desde la perspectiva del Señor, cada uno de nosotros es una creación admirable, con valor y propósito.
Segundo, nuestra importancia para el Padre celestial se ve en el sacrificio de su Hijo por nosotros. Cristo derramó su sangre y pagó por nuestros pecados para que pudiéramos ser libres de la paga y el poder del pecado. Dios nos amó tanto que envió a Jesús para que tomara nuestro lugar en la cruz (1 Jn 4.10).
Por último, Dios hizo al hombre para que tuviera relación con Él. Adán y Eva vivían en el Huerto y tenía comunión con el Creador. Abraham obedeció al Señor y fue llamado amigo de Dios (Stg 2.23). Por la fe en Jesús, nos hemos convertido en hijos de Dios y coherederos con Cristo (Ro 8.17). Todo nuestro ser —cuerpo, alma y espíritu— le pertenece a Él.
Los medios nos dicen que debemos ser más atractivos, más fuertes y más populares. Pero tales búsquedas no producen satisfacción duradera. El gozo se encuentra cuando recordamos cuán preciosos somos para Dios: Él nos creó, nuestro Salvador murió por nosotros, y el Espíritu Santo vive en nosotros.

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