El Espíritu Santo es un Ayudador muy eficiente que nos auxilia en cada aspecto de nuestras vidas. Cuando oramos, intercede por nosotros de acuerdo con la voluntad de Dios (Ro 8.26). Por nuestro limitado conocimiento o nuestros deseos egoístas, pedimos a veces cosas equivocadas, pero el Espíritu toma nuestras peticiones y las armoniza con la voluntad del Padre celestial. Aunque usted puede pensar que su oración no fue contestada, la verdad es que el Espíritu Santo aclaró su petición con el fin de darle lo mejor.
El Espíritu de Dios también nos ayuda a entender su Palabra (Jn 16.13). De hecho, nadie puede comprender la Biblia a menos que el Espíritu ilumine su entendimiento. Si usted viene a la Biblia con un corazón limpio, una voluntad sumisa y una actitud de dependencia, Él ensanchará sus sentidos espirituales para que vea la verdad y comprenda los pensamientos del Espíritu.
Quizás una de las tareas menos apreciadas del Espíritu, es su trabajo de convencernos de nuestro pecado (vv. 8-11). Aunque es doloroso, nunca debemos desear que Él se detenga, porque esta es la manera que tiene de hacernos volver al buen camino. Pero Él no se limita a señalar nuestras faltas; también nos da el poder para hacer lo correcto. La verdadera justicia se logra teniendo la seguridad de que Él nos transformará y realizará su obra por medio de nosotros.
A veces no nos damos cuenta de cuánto necesitamos al Espíritu. Aunque reconocemos que la salvación se logra solo por Cristo, a veces creemos que tener éxito en la vida cristiana depende de nosotros. Sin embargo, solo cuando sabemos que no podemos lograrlo, descubriremos que Él sí puede.
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