¡MI ROPA SE INTERPUSO EN EL MENSAJE!
Recuerdo que cuando era joven evangelista predique en una cruzada ante
5.000 personas en Los Ángeles. Al menos 2.000 de esas personas eran hippies cristianos.
Acababan de nacer de nuevo y habían salido de la cultura hippie. Muchos de
estos jóvenes se tendían frente a mí en el suelo, descalzos, llevando el pelo
largo y con ropa andrajosa.
Esa noche yo estaba vestido con un fantástico blazer azul, hermosa corbata,
a la última moda con pantalones de campana y zapatos brillantes. Cuando subí a la
plataforma, empecé a criticar a esos jóvenes y dije: "¡Algunos de ustedes tienen
un aspecto horrible. Pónganse ropa decente y córtense ese pelo antes devolver
mañana por la noche!"
Entre bastidores después del servicio, me encontré con una delegación de aquellos melenudos, jóvenes hippies cristianos. Uno de ellos pasó los dedos por el cuello de mi abrigo de moda y dijo: "¡Qué hermoso traje!"
Entonces él me miró y dijo: "Hermano David, no hemos podido ver a Jesús esta
noche".
"¿Por qué no?" Le pregunté.
"Su ropa se puso en el camino", respondió. Había considerado que
ellos estaban muy mal vestidos y que no consideré que yo estaba demasiado bien vestido.
Esos jovencitos no se burlaban de mí, ellos eran sinceros; ellos
lloraron cuando me dijeron: "Nosotros creemos que eres un hombre de Dios, pero
has perdido algo." Ahora sé que era la misericordia lo que me faltaba.
Nunca critique ese aspecto otra vez. Dios me enseñó una lección muy dura, una
por la que oro permanentemente en mi corazón.
Permítanme decir esto: Muchos cristianos piensan que es suficiente ser
puros y santificados. Creemos que es el tema número uno y que todo lo que
necesitamos hacer es abstenernos del mal, salir del mundo y permanecer limpios.
Mientras no fumamos, bebemos, fornicamos o cometemos adulterio, pensamos que
somos puros.
Durante años, nadie ha predicado más fuertes mensajes de santidad y pureza como
lo he hecho. Sin embargo, según Santiago, la pureza no es más que la primera
causa de preocupación: " En cambio, la sabiduría que desciende del cielo
es ante todo pura, y además pacífica, bondadosa, dócil, llena de compasión y de
buenos frutos, imparcial y sincera." (Santiago 3:17). Sí, en primer lugar
debemos ser puros, pero la misericordia, la gracia y la bondad deben seguir.
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