Cuando iba a la secundaria, en el colegio había una profesora que siempre que alguna de las alumnas lloraba ante un regaño o una llamada de atención, le decía la “pobrecita yo”. Según ella, eso era una manifestación de autocompasión, era decirse a una misma: “pobrecita yo, que me hacen sufrir, pobrecita yo, que estoy siendo atacada…”. Las demás compañeras lo considerábamos humillante e injusto, pero al paso del tiempo y de las experiencias de la vida, una se va dando cuenta de que los mayores tenían razón.
Las mujeres fuimos hechas más sensibles que los hombres, nos dejamos llevar fácilmente por nuestras emociones. Pero si rebasamos los límites de nuestra sensibilidad natural, nos convertimos en mujeres susceptibles, vulnerables, aprehensivas o lo que se llama comúnmente, en personas sentidas, de esas que hay que tratar con pinzas. Se hacen difíciles las relaciones con personas así. Andan por la vida sintiéndose “pobrecita yo”, sintiéndose atacadas ante la menor crítica o diferencia de opiniones. Tienden a exagerarlo todo, creen que el mundo está en su contra y todo lo toman como algo personal. Se quiebran la cabeza haciéndose conjeturas negativas respecto a lo que los demás piensan o dicen de ellas.
Todos somos susceptibles en mayor o menor grado, dependiendo de donde nos duela más. Cuando nos sentimos atacados en nuestros puntos débiles, nos ponemos a la defensiva. Generalmente todo tiene su origen en la infancia. Alguna experiencia traumática nos pudo haber dejado secuelas emocionales, que al ser removidas, nos lleva a la autocompasión, pero ésto puede ser superado. En primer lugar, reconocer que se es una persona susceptible y tener el sincero deseo de dejar de serlo, porque ésto nos causa daño. Debemos proponernos dejar de ver “moros con trinchete” por todos lados y no actuar siempre a la defensiva. No tomarnos todo tan a pecho, eso provoca stress. Aprender a aceptar que no siempre vamos a recibir la aprobación de los demás. Una buena sugerencia es escribir un diario, esto ayuda mucho a conocerse a sí mismo y a descubrir los porqués de nuestras reacciones. Pensar positivamente, erradicando de nuestra mente todo pensamiento negativo y destructivo. Convencernos de echar fuera a esa “pobrecita yo” que tenemos dentro para empezar a vivir una vida sin culpas, sin autocompasión ni malos pensamientos.
Jehová es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré? Jehová es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de atemorizarme? Salmo 27:1
Escrito por: Angie García Ch
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