by David Wilkerson
Déjeme
mostrarle lo que quiero decir por “la confrontación de la cruz”.
Considere el caso de un hombre que está harto de su
hábito pecaminoso sin
embargo, continuamente cae más profundo en sus garras. Él
ha prometido así
mismo cien veces que nunca lo volveré a hacer y, por un
tiempo, el ahoga la
tentación y goza un poco de la libertad. Pero más
tarde vuelve con más
fuerza.
Este hombre ha encubierto su pecado, ha mentido al
respecto, ha engañado y
esto le ha traído un gran dolor. Ya no lo
disfruta, pero no lo puede dejar.
Él sólo sigue cayendo.
El hombre sabe que
tendrá que comparecer en el tribunal un día y va por la
vida con temor a ser
expuesto y al escándalo. Su pecado le ha agotado, ha
puesto grilletes sobre el,
lo ha engañado. Lo ha rebajado hasta el cansancio
en el que difícilmente puede
existir, él pende de un hilo.
En este triste, cansado, desgastado estado, el
Espíritu Santo trae al hombre
esta palabra: "Hay una salida para ti hay un
lugar de victoria, paz, alegría,
vida nueva Acepta el llamado de Cristo y corre
a Él, encontrarás descanso. Ve
a la cruz de Jesucristo."
Amado, cuando
Usted se arrodilla ante la cruz, no oirá una palabra fácil y
suave, por lo
menos no al principio. A pesar de que la cruz es la única puerta
a la vida,
usted va a oír hablar de la muerte: la muerte a todo pecado.
En la cruz, Usted
se enfrenta a la crisis de su vida y eso es lo que falta en
tantas iglesias. La
predicación de la cruz trae consigo una crisis de pecado,
de la voluntad
propia. Se le hablará con amorosas, pero firmes, palabras
acerca de las
consecuencias de continuar en su pecado: "negarse a sí mismo
abrazar la
muerte de la cruz: ¡Sígueme..!"
"Y él dijo a todos: Si alguno quiere venir en pos
de mí, niéguese a sí
mismo, tome su cruz cada día, y sígame" (Lucas 9:23).
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